29 de diciembre de 2016

El lugar que ocupo ante la pérdida. El duelo de lo cotidiano

Un día aparentemente normal, en el que crees que todo está bien, todo en su lugar, quizá precisamente porque no ha pasado nada excepcional, y porque el mecanismo del que formas parte está bien engrasado, y todas las piezas funcionan correctamente, y tú te sientes bien en ese conglomerado. Puedes estar más o menos arropado, más o menos cuidado, pero estás adaptado, amoldado a lo que te ha tocado vivir, acomodado a la curvatura de tus mañanas, a las obligaciones de la tarde, a los huecos de la noche… y eso hace que te fundas con tu entorno, y en ocasiones, que te confundas, porque perteneces a un universo que probablemente nunca has cuestionado. 

Hasta que un día algo ocurre, algo que antes estaba ya no está; empiezas a mirar con lupa dónde, cómo, para qué estás… Puede que incluso se te haga un pequeño nudo en el estómago, de esos que hacen que el bienestar del principio se resquebraje y empieces a generar un sinfín de interrogantes.

Es entonces cuando comienzas un recorrido en el que la pérdida hace que añores lo que antes tenías y ahora no tienes, ocurre incluso con las pequeñas pérdidas de lo cotidiano. 
                           
Quizá lo abstracto sea más difícil de dimensionar, por eso en ocasiones nos servimos de elementos tangibles para «bajar» a lo concreto. Hemos utilizado palabras para describir cómo estamos cuando vivimos nuestros pequeños duelos, y los botones para colocarnos en un lugar de superación, con ellos las niñas han «esbozado» los recursos que utilizan para salir del lugar en que les sitúa la pérdida. 

Perdido el bienestar, cuando te preguntas y te cuestionas, empiezas a atesorar otra percepción de lo que te rodea, una mirada renovada que sin el espacio generado por esa ausencia no podríamos albergar.
                                                         
                                      Arteterapia. Ocupando mi lugar. Casa San Cristobal.                                       

-->