Las mujeres, y los hombres también, atravesamos muchas fases en nuestra vida. En cada etapa, podemos albergar una o más diosas con diferentes grados de influencia. Desvelarlas, escucharlas, amarlas, es todo un arte capaz de situarnos en el espacio al que pertenecemos y en el que florecemos.
Hace mucho tiempo, cuando el matriarcado era la fórmula de organización social que regía entre hombres y mujeres, la Gran Diosa era venerada como la fuerza femenina profundamente conectada con la naturaleza y la fertilidad, responsable de la creación y la destrucción. Ella misma era fuente de vida asociada a lo cíclico, siendo a la vez renovación constante.